miércoles, 1 de abril de 2020

Almacén de Ramos Generales de Depietri Hermanos



Esquina del Almacén de Orella, después Depietri Hermanos en Nueve de Julio y Mitre.



           Cuando se creó el pueblo en 1855, el poblado  fue creciendo de a poquito y a los ponchazos, casi siempre como todos los pueblos, a la buena de Dios y con la fortaleza de los vecinos. Las casas eran pocas alrededor de la plaza con una pequeña capilla, el Juzgado de Paz, el siempre presente almacén de Ramos Generales y algunas fondas.
            Todo cambió en 1897 con la llegada del Ferrocarril: el pueblo  tuvo que dar vuelta, mirar hacia el oeste y andar por esa calle Mitre casi vacía que iba hacia la estación.

ALMACÉN DE PEDRO ORELLA

            Don Pedro Orella ya había construido la casa que fue del Dr. Bernardino Althabe donde vivía con su esposa María Salomé Villaverde. Viendo las nuevas perspectivas que ofrecía el ferrocarril, construye enfrente de la estación un local de 11X48 metros destinado a negocio que termina de construir en 1914 y al lado, una casa muy alta, con muchas habitaciones y galerías tal como lo demandaba su numerosa familia.
            La construcción era simple y fuerte y se mantiene incorruptible a pesar de tener más de 100 años: las paredes son de ladrillo cocido de 40 centímetros de espesor con paredes que llegan a los 5 metros de altura. Tienen un cielorraso de ladrillos tejuela montados planos sobre una estructura de vigas de pinotea y por encima, la chapa de cinc.
            Como toda casa de la época, por sobre la altura del techo, la pared se prolonga en una carga que termina en unas columnas muy delicadas que rematan las cornisas y que le dan un aire señorial inimitable y el marco tan característico de la calle Mitre.
            Don Pedro Orella se muda con su Sra. María Salomé Villaverde a la Casa alternando sus estancias en el pueblo, en el campo La Salomé del Paraje El Chumbeao, o en la Capital Federal. En la casa nacen gran parte de sus once hijos y es el lugar de encuentro de la gran Familia Orella y muchos de los nietos de don Pedro que también nacieron allí tal cual recuerda don Hernán Molinari, lugar donde crecieron y se reunieron durante muchos años.
            Don Pedro Orella, fallece en 1933  y una de sus hijas, Silvana Araceli Purificación Orella de Fernández Campón, hereda la casa de familia actualmente propiedad de Rodrigo De Lóizaga y otro de sus hijos, Paulino Albano conocido como Perico, hereda el almacén.
            Perico Orella como lo llaman familiarmente, se ocupa del Almacén, no se sabe bien si como propietario o como locador del mismo. Cuentan historias de vecinos que se reunían en el gran almacén a jugar las cartas a pesar de las frías tardes hasta que un día Perico se enferma de pulmonía y fallece. Ya desde hacía mucho tiempo, trabajaba en el almacén don Emilio Segundo Depietri quién le compra a don Perico las llaves del Negocio y a Silvana Araceli, la casa donde se instala con su Sra. Berta Leinenn.

EL ALMACÉN DE DON EMILIO DEPIETRI

            Don Emilio, adquiere definitivamente la casa en 1945 cuando tenía 38 años, justo cuando nace una de sus hijas, “Pochi” Depietri, y continúa con el almacén como inquilino.
            El Almacén era una empresa familiar: en él trabajaba Emilio con su hermano Juan y sus hijos Juancito y Héctor (hijo de Emilio) y toda la familia lista para reemplazar a quien no podía estar en el trabajo.  Don Perico Esnaola fue un empleado fijo durante muchos años igual que Amadeo José Luisi que trabajó en el Almacén hasta que se jubiló.
            El “escribiente” hasta el cierre del local fue José Derqui Cullaciatti quién se ocupó de la contaduría del almacén, haciendo números y los libros de Caja en el escritorio ubicado en la segunda ventana sobre la calle Mitre y que se comunicaba por la galería con el resto de la Casa. En el escritorio, además de los libros y muebles, estaba una vieja Caja Fuerte, enorme, imposible de transportar por su peso.

FACHADA INCONFUNDIBLE CON SURTIDOR DE NAFTA



            En la vereda, en la esquina en ochava de Mitre y 9 de Julio se encontraba  el infaltable Surtidor de Combustible. Era alto y delgado con una gran estrella en la punta, símbolo de los combustibles Texaco. Dándole a una manivela de izquierda a derecha se subía el combustible desde la cisterna a unos recipientes de vidrio que estaban en la parte superior, por donde se podía ver el color rosado característico del kerosene a la vez que la cantidad requerida que se trasvasaba a los tanques de los clientes con una manguera con pistola muy parecida a las actuales.
Surtidor de combustible.

            El Almacén era un lujo para los ojos: además de los carteles de chapa pintada de Naranja Crush, de Fernet Branca o Puloil, así como los de combustible o Café que tenía en el frente, en cuanto se entraba se veía un gran mostrador de madera en L con muchas estanterías abarrotadas de mercaderías que cubrían las paredes. A la derecha, la Ferretería; a la izquierda, el almacén que terminaba al fondo con el expendio de bebidas y unas mesitas para despuntar el vicio, jugar a las cartas y tomarse unos vinos.

A COMPRAR DE TODO PERO CON LIBRETA

            Tal como los supermercados actuales, en el almacén se vendía de todo: desde alimentos en todas sus formas hasta artículos de ferretería, tienda, ropas, cristalería, librería, zapatería, máquinas de coser, armas y pólvora para hacer cartuchos, botas o aperos. En fin, lo que se necesitara. En el almacén también había pasto y bolsas de semillas, leña, todo lo que hiciera falta para un mes en las chacras. La gente  sacaba la mercadería con “libreta” y lo pagaba a fin de mes sin ninguna otra constancia o pagaré.
            En la esquina, en la L del gran mostrador, estaba la Caja registradora, grande y brillante y al lado, la caramelera de vidrio con caramelos y dulces, cerca de las galletitas en cajas de lata con un ojo de vidrio redondo para que se vieran las masitas y la infaltable campana de vidrio para los quesos. Los chicos de las Escuela N°161 que estaba en ese momento en la esquina de enfrente hoy CORSA, actualmente Escuela N° 24, se cruzaban al Almacén para comprar las galletitas Manon o caramelos masticables.

            Pan, azúcar, yerba, harina, fideos y galletitas se compraban “al peso”. La mercadería estaba en unos cajones de madera con tapa detrás del mostrador y se sacaba con unas cucharas grandes para pesarla en una balanza de dos platillos con pesas chicas, para poder vender gramos o pocos kilos que se daban envueltos en papel de estrasa.

BAR Y ALMACÉN ACOPIADOR

            En la primera pieza después del bar, estaban los barriles de vino tinto, rosado o blanco con una canillita para llenar las damajuanas o servir en vasos para los que venían a comer algo o conversar un rato. Clientes seguros eran los catangos y los changarines del ferrocarril que chistaban al mediodía desde las vías al almacenero para que les enviara con “Pochi” vino y sánguches.
            En la pieza siguiente sobre la calle 9 de Julio, estaban las bolsas de fideos, azúcar fina o aterronada, harina al por mayor y más allá, una balanza grande donde se pesaban las papas y las verduras colocando las bolsas sobre el pie de metal, al resguardo de una  gran galería que comunicaba al almacén con la casa y permitía trabajar aunque lloviera.

EL BUEN HUMOR DE DON EMILIO

            Con su buen humor y haciendo chanzas constantemente, don Emilio hacía clientes y amigos, dando fiado con total confianza en épocas en donde la palabra era lo más importante,  llevando a la gente hasta los campos en su propio auto aun cuando venían en el tren de la noche.
           
El Almacén era la base de operaciones: venir del campo o bajarse del tren y pasar directamente por el negocio; comprar la mercadería, enterarse de las últimas noticias del pueblo, cobrar los frutos del país que se habían mandado a vender a Bs As (huevos, gallinas, patos, gansos), retirar la correspondencia que guardaba celosamente el almacenero en la Caja Fuerte para después, volver a sus casas.

OCASO DE UN GRAN ALMACÉN

            Como todo gran almacén, tenía un portón grande atrás por donde se entraba a la cuadra con los carros del reparto o las chatas con mercaderías del campo que luego se enviaban por tren a Bs As. Ahí, los que venían en sulky soltaban los caballos o Perico Esnaola dejaba el caballo del carro de reparto después de hacer los domicilios, recorriendo el pueblo colmado de bolsas y cajas, damajuanas, cajones y botellas.
            Cuando fallece don Emilio en 1964 su esposa Berta y su hijo Juan siguieron con el almacén, pero no era lo mismo. Al poco tiempo Héctor se independizó y Juancito hizo otras sociedades. Berta entonces, hace un prolijo Inventario y vende la llave del negocio a Abel Brancatti entregándole almacén completo con mercadería y muebles.
            Poco más de un año estuvo Abel y después, cerró.
            Ya no se volvió a abrir el Almacén de Depietri. No se escuchó más el ruido de la puerta ni el crujir de los pisos movedizos de pinotea, ni los gritos de los chicos entrando por caramelos cuadrados de dulce de leche.
            Apoyado en el mostrador entre las estanterías repletas de cosas de campo, con la sonrisa fácil y el chiste preciso, aún se puede recordar a don Emilio.
            Historias de almacenes que fueron presente y futuro de muchas familias.
            Historias de familias que merecen ser contadas porque son parte de toda la comunidad.


Nota: Participaron en la construcción de esta nota: Pochi Depietri, Isolina Restagno de Pérez, Juanjo Depietri, Mario Garabaventa, Hernán Molinari, Manuel Orella, Salomé Marcos, Rodolfo Solé, Alfredo Dellatorre, Raúl Lambert, Loli Ureta, José Luis Mammarella, Mirta Luisi, Niní Depietri y Rodrigo de Lóizaga. Muchas gracias.




Un farmacéutico de ley: Jorge Vignolles


Don Jorge Vignolles.


              Hay personas que no pueden olvidarse nunca más y que su solo nombre enciende sonrisas en los recuerdos…
            Y éso sucede cuando se nombra a don Jorge Vignolles…. Farmacéutico por más de 50 años en General Alvear, don Jorge, con sus anteojos, su bigote pero principalmente por su cordialidad y bondad no puede ser olvidado por quién lo haya conocido.

LLEGADA AL PUEBLO

            Don Jorge nació en Balcarce y a los 30 años, en 1945, llega al pueblo con su flamante título desde la ciudad de La Plata. Unos amigos le habían dicho que en el interior faltaban farmacéuticos y salió en tren… Llegó a Alvear y sin casa, se hospedó en el hotel pensión que estaba donde es actualmente la Tienda de José Brancatti, pero al ano siguiente se mudó atrás de la farmacia, en 1946, cuando se casa con Raquelita González Baró.
            En esa época no había Intendente, Juan Carlos Giribone, Edmundo Corti, Roberto Speratti Piñeiro, Carlos Aramendi eran comisionados… Cuando don Jorge llega a Alvear, lo recibe don José  Desiderio “Pepe” Lescano, comisionado e Intendente en varias oportunidades, y desde el primer momento se hicieron muy amigos. Durante toda su vida, José Lescano estuvo presente en la historia del pueblo: integrante del Concejo Deliberante y de la Comisión Asesora de Vecinos entre otras cosas.
            Don “Pepe” aparecía  por la farmacia como a las once de la mañana junto con el gerente del Banco Provincia, el Dr. Fernández, el “Poyo” Althabe viejo, “Lole” Peroni, el “Ñato’ Martínez, “Coco” Salvo, Rodolfo Piedrabuena, Mario Simonetti y se amontonaban en la cocinita del Laboratorio, en “la matera” como le decían ellos, ponían el agua a calentar, tomaban mate y charlaban mientras don Jorge preparaba los remedios.

LOS PRIMEROS TIEMPOS

            La farmacia era en 1940, del Dr. Chiurazzi, Jorge poseía la mitad. Compró la otra mitad, gracias al aval de don Pepe Lescano para que le dieron un crédito en el Banco Provincia porque como él mismo dijera: “Usted no se va de Alvear”. Y aquí quedó con su familia…Tuvo tres hijos, Jorgito, Liliana y Rodolfo, y muchos amigos. Fanático de Estudiantes de La Plata y radical de siempre, no le impidió ser “el” farmacéutico de su farmacia “Del Pueblo”.
            En épocas donde los remedios no venían en cajas de las droguerías, en la “cocina de la farmacia” se hacían todos los preparados: remedios para la tos, jarabes y antigripales…lo que fuera. Don Jorge de tanto en tanto pedía los insumos de Buenos Aires para mantener el stock y, con distintos aparatos de medición y balanzas de precisión se dosifica las drogas según prescripción médica de acuerdo a su ciencia y saber. El material que venía de los laboratorios llegaba en unos frascos más grandes, muy lindos, algunos transparentes, otros de color ámbar, marrones, que Jorge ordenaba con prolijidad y parsimonia en las estanterías.

LOS PEDIDOS DE REMEDIOS

            Generalmente, hacía los pedidos a la noche, desde el teléfono fijo número 23, con operadora de Telefónica, y al día siguiente llegaban en el tren de las once de la noche. Jorge iba a esperar el tren en su bicicleta y después de preparar los remedios, los repartía en la misma bici, así fuera de madrugada si era necesario. Los remedios se volcaban en sellos, un recipiente redondo, alto, de un material blandito, como una pastilla alta que se tragaba.
            Jorge por lo general se levantaba a las siete de la mañana, se bañaba y se arreglaba; con corbata y un guardapolvo que siempre le venía grande abría la farmacia en horario de comercio. En ese momento, había dos farmacias en el pueblo, -la de María Rosa Fernández-, pero en Alvear, como dice su esposa Raquelita: “…decir Farmacia era decir don Jorge Vignolles, yo lo sentía así. Porque él era todo… Jorge daba fiado, algunas veces la gente no pagaba los remedios porque no tenía dinero para hacerlo pero volvían, la gente siempre lo reconocía y le retribuía los favores de una forma maravillosa. Es que Jorge era muy bueno y responsable”. Atendía a cualquier hora, no era necesario estar de turno; buscaba el remedio, asesoraba, aconsejaba, ponía inyecciones, casi “un doctor”, orgullo de farmacéutico.

LOS EMPLEADOS DE LA FARMACIA

            Con el tiempo, don Jorge tuvo empleados: el primero se llamaba Enrique Endara. Después hubo más porque la farmacia crecía: Raúl Gómez, un muchacho alto que estuvo muchos años, Lita Barbalarga, María Juber Chichí Cousté, María Laura Antelo, Cuqui Antelo, Silvia Garabento, Javier Medina y Mariano Rodríguez Anido, Cristina Suárez y Susana Brizuela que se ocupaban del orden y la limpieza.
            Si don Jorge no estaba en la farmacia, estaba en el jardín. Él se encargaba de todo y sabía con precisión los nombres de cada una de sus plantas. Me encantaba ir y ver su precioso jardín lleno de flores mientras él con su tranquilidad de siempre, explicaba cómo se cuidaba y cultivaba cada una.
  
El citroén de don Jorge estacionado frente a la Municipalidad.

LAS OTRAS PASIONES DE DON JORGE: EL JARDÍN Y PESCAR…

            Con el tiempo, don Jorge cambió la bicicleta por un Citroen, -el Citroen de la imagen con el que él hacía los mandados-, y después por un Valiant 3 blanco con el que salía con sus compañeros de pesca. Porque otra de sus pasiones era pescar… Con sus amigos, el ferroviario Silvio Crottolari, el “Negro” Santiago De Paz (telefonista), Gaviña que trabajaba en la tienda Los Vascos, “Tetena” Vivas el pintor, Rodolfo Solé, Jorge Yaconis, el gallego José Méndez, salían temprano buscando un lugar. Con la comida lista para pasar el día iban lejos, al Vallimanca, al arroyo Las Flores, por caminos de tierra y barro. Así como era tan responsable en su profesión, era para otras cosas algo distraído: en cierta oportunidad fueron a pescar a lo Peró en Bellavista y ahí se dio cuenta que había dejado la goma de auxilio en casa; era despistado pero esencialmente, un hombre bueno.
            Estar cerca del agua y sentir su rumor entre los remolinos de los arroyos, siguiendo con la vista la boya era realmente donde él quería estar. Esa fue su voluntad, que sus cenizas fueran esparcidas en el arroyo Las Flores de General Alvear, libre y simple, acá y en ningún lugar, pero siempre en los corazones de los que lo conocieron.

ALGUNOS POCOS RECONOCIMIENTOS

            Reconocimientos, algunos. Cuando se inauguró la Sala de Neonatología del Hospital Municipal en el año 2000, impusieron su nombre a la Sala que hoy ya no existe. Sus palabras fueron simples y de gran emoción. Despacio dijo: “Cuando yo llegué acá, hace 55 años, vine con el espíritu de servir y ayudar con mis consejos a esta querida población. No sé si lo logré, pero esta fue mi intención y hoy me veo realmente emocionado en esta circunstancia que cuando llegué, jamás lo hubiera podido soñar. Creo que no debo decir más que gracias, muchas gracias. Y pienso que a veces, ha habido personas de esta ciudad que hubiesen merecido este homenaje que me brindan a mí. Yo fui un introducido en el pueblo se podría decir, con el ánimo de servir a esta población. Nada más”...     Ya fallecido, en el año 2010, AlvearYa y Canal 5, organizaron un plebiscito popular para elegir los 10 Destacados del Bicentenario y don Jorge fue elegido entre ellos. En su representación, su hijo Rodolfo con emoción dijo: “Sé que dirías que otro se merece el reconocimiento y no es cierto, te lo merecés”.
            Por cierto que se lo merece: un farmacéutico de ley, excelente persona, con una humildad a toda prueba, ejemplo de honestidad y altruismo;  comprometido siempre con el pueblo de General Alvear.

Nota: Agradezco a la familia Vignolles, en particular a Rodolfo que me permitió visitar a su mamá y a los familiares, amigos y vecinos de las personas mencionadas en la nota.

Barrio "Los Eucaliptos"


Calle Piñero entre Bernardo de Irigoyen y San Martín. Año 2013.

Sólo la palabra BARRIO ya nos hace caer una lágrima. El barrio es nuestra raíz, la patria diminuta donde se escriben las páginas de vida de todos los vecinos que nos ayudan a vivir. Sus nombres aparecen de por ahí nomás: de sus calles, de sus casas, de los boliches, de las personas, de su paisaje… Los nombres originales parecen extraviarse en el tiempo pero algunos están aún guardados en los recuerdos de los memoriosos.
El Barrio “Los Eucaliptos”, o “luncalito” como dice mi gente, está al sur y es el más grande del pueblo de General Alvear. Cubre la superficie de unas 18 manzanas entre las calles Belgrano, Piñero, San Martín y Nueve de Julio en la prolongación al costado de las vías. Generalmente los barrios “de antes” no son fácilmente delimitables, y una cuadra más o menos no significa mucho, por eso muchos lo extienden hasta la calle Hernández, pero esa era sección chacras y casi despobladas, no eran parte del barrio quizás porque en un la fundación de Alvear, allí estaba el Cementerio.

LOS BULEVARES DE EUCALIPTOS QUE YA NO EXISTEN

Si bien en casi toda la zona había eucaliptos, lo más grandes eran los que formaban el boulevard que comenzaba en la avenida Belgrano sobre la calle Cayetano Rodríguez (hoy Intendente Monti). Los árboles eran gigantes: los vecinos cuentan que no podían abrazarse entre dos, y seguían en boulevard hasta la calle Piñero donde doblaba hacia la avenida San Martín. En esa esquina estaba la casa de López Colatto, el papá de Lopecito, el peluquero actual propiedad de la familia Labourdette. Enfrente al monte, al lado de los galpones del Vasco Nápole, vivía doña Ramona Salguero y más allá, el arriero Felipe “el Pampa” Villafañe.
Los grandes árboles que por su tamaño superan los 100 años,  estaban sobre la quinta de Sabino Salcedo, entre Pellegrini y Monti, por donde los vecinos habían hecho por los años 60, una linda canchita de fútbol donde entrenaba el equipo del barrio. Sin escuela en un principio, los chicos de hace 50 y pico de años iban al Colegio de Hermanas, a la Escuela Nº 1 o a Villa Belgrano cuando se abrió la Escuela N°14. Entre los vecinos más antiguos está Rosa Sierra que vivía con su familia en Piñeyro y Monti, al lado los Palomeque; Isidoro Almendros en Irigoyen y Gutiérrez donde aún vive “Porota” Almendros; los Ceballos; la familia de Carlos Fossa; los Giménez; los Albano; la familia de Augusto Torres; la quinta de Pacho en la Avenida 9 de Julio; los Aranzábal y los Capra sobre la avenida Belgrano.
La despensa de Bernardi supo ser la entrada al Barrio, justo en la esquina de Belgrano e Irigoyen y en la otra esquina, en San Martín y Belgrano, estaba el boliche del “Turco” Abraham”, ex gomería el “Guelo” Albo y actual Casa Silvia. Al lado, la familia Colatto que siempre hacían quinta y muchos recuerdan al viejito sembrando  papas con azada y pala. La familia García Vairo vivía en la manzana que da a la calle San Martín y se distinguía por las altas casuarinas, la hilera de plátanos y una gran palmera en la esquina; una de sus hijas, Elsa García, dona un lote a la Iglesia Católica y es allí donde se construye la Capilla Nuestra Señora de la Paz, Capilla de reunión de todo el Barrio Los Eucaliptos y Villa Barreiro.

ENTRADA DEL PRIMER CEMENTERIO DEL PUEBLO


Enfrente del barrio, lugar donde estuvo el primer Cementerio, está la quinta de Villamarín y cruzando la calle, la chacra del chatero Casquero que llevaba la mercadería del tren al Correo; de lo de Casquero hasta la vía, la quinta de Rossi (hoy Cordido), una zona que siempre se inundaba formando tres lagunas grandes que se comunicaban cuando había muchas lluvias y llenaba las calles Vicente López y Monti.
La quinta de “Savorido”, era de los padres de Bienvenido Vicente, y allí está el Barrio Roca o Quinta N°65 con una laguna en el centro y una bomba de mano sobre una lomita que estuvo hasta hace poco y ahí, lugar donde Bienvenido Vicente tenía su jabonería, o la “grasería” como le decían los chicos que ya están viejos o no tanto y que nunca van a olvidar sus correrías.
Barrio de eucaliptos añosos que quizás fueron el camino al primer Cementerio de General Alvear. Barrio de sueños de otras vidas, sueños de progreso y crecimiento que determinaron la muerte de esos grandes árboles. Quedan pocos, muy podados, pero que con su sombra evocan y remiten a tiempos añorados. Así es, no es un nombre “de puro compadritos nomás”, es desde hace más de cien años, “Barrio Los Eucaliptos”.




Estación General Alvear: punta de rieles


       


Galpón  de máquinas del ferrocarril de General Alvear. 1974. Esa locomotora está preservada en el Museo Ferroviario de Escalada al igual que otras del depósito de Empalme de Lobos. Foto gentileza de Marcelo Arcas. 


Al pasar hacia el Barrio Ferroviario, en el Cruce ferroviario de la calle Wallace y Avenida 9 de Julio, se ve a la derecha un alto mástil[1] entre pinos, casi como no queriendo pasar advertido. Atrás, estaba el Galpón de Máquinas del ferrocarril y aún están en pie los Talleres y Oficina, las señales de cambio de vías, el tanque de agua y las casillas de los motores entre otros más vestigios del Ferrocarril de General Alvear.
            Muy caro a la familia ferroviaria y a todo el pueblo, ese lugar recuerda el esplendor del ferrocarril, desde su llegada al Pueblo en 1897.

ESTACIÓN GENERAL ALVEAR: PUNTA DE RIELES

            La Estación General Alvear era “Punta de rieles”, contaba con un amplio Galpón de Máquinas que se ocupaba del alistamiento y reparación de las locomotoras en tránsito y era un lugar obligado “de pasada” de los trenes que circulaban entre Buenos Aires y Neuquén, y que por su ubicación entre Empalme Lobos y Olavarría, suponía una atención especial.
            Más allá de la distancia en kilómetros, los recorridos eran extensos en términos de horario porque cada tren de pasajeros que salía de Alvear hacia Buenos Aires, se cruzaba en cada estación con otro tren generalmente de carga.
            Si bien siempre la mirada del pasajero se dirige hacia la Estación con el bullicio de la llegada y partida de viajeros y encomiendas, el verdadero hormigueo de gente y el andar netamente ferroviario se desarrollaba alrededor del Galpón de Máquinas que se encontraba en la intersección de las calles Tomás Wallace y Nueve de Julio.

GALPÓN DE MÁQUINAS CON 115 EMPLEADOS

            Cuenta uno de los últimos Jefes de Estación en la década del 60, don Pedro Bianco, que él tenía a cargo 115 empleados distribuidos en cuadrillas con distintos quehaceres.
            ¿Cómo se explica semejante número de gente? Sencillamente por la cantidad de trenes que pasaban.
            Parece increíble pero es totalmente en serio: pasaban por la estación Alvear 28 (veintiocho) trenes promedio por día pasando con regularidad los trenes ascendentes desde Buenos Aires para Alvear, o descendentes cuando llevaban su carga a la Capital.
            En 1962, todos los días venían desde Buenos Aires 10 trenes de carga promedio, la mayoría con destino a Neuquén a las 3.20 - 5.50 - 6.45 - 8.30 - 9.50 -11.45 - 14.30 - 21 - 22.15 y 23.50 horas. Estos trenes en general iban sin carga y volvían unos 14 trenes diarios, 9 de ellos con frutas y otros con carga general con destino a Casa Amarilla o a Barracas.

LOS TRENES CON AROMA A FRUTAS

            Los trenes de fruta pasaban  a las 2.35 – 7.05 – 10.25 – 14.30 – 15.15 – 19.05 – 19.25 – 22.40 y 23 horas mientras que a la 1.00, a las 16.35 y a las 20.10  pasaban los trenes que transportaban hacienda desde  Olavarría, Ingeniero White o Tedín Uriburu que es en Benito Juárez[2].
            Los otros dos trenes transportaban carga general y pasaban 3.40 uno y el otro llegaba 20,55 para salir al otro día 8,35 horas.
            Realmente la cantidad de trenes que pasaban por la estación Alvear parece increíble, pero es bien cierto, ya que esos registros además de permanecer en las memorias de nuestros ferroviarios Rubén González, Pedro Bianco, Pedro Pighini y Charles England, están en el Itinerario de Trenes Generales N° 25  del Ferrocarril General Roca  vigente desde el 22 de enero de 1962, donde se detalla cada CONVOY con su carga y horarios.

EL “GALLEGO “ GONZÁLEZ, MAQUINISTA…
CARLOS “Charles” ENGLAND, GALPÓN DE MÁQUINAS…

            Todos estos locomotoras eran revisadas por el Personal de la estación Alvear en el Galpón de Máquinas donde el “Gallego” Rubén González[3] antes de ser maquinista, comenzó a trabajar en 1955 como foguista, cargando y descargando los vagones de carbón que alimentaban la Caja de Fuego de la locomotora. Don “Charles” Carlos England[4] vino con su hermano y con orgullo menciona a su padre, inglés de nacimiento, traído para capacitar a la mano de obra argentina en actividades ferroviarias. Charles limpiaba, entre otras cosas, la Caja de Fuego de las locomotoras, levantaba las grillas y  renovaba el carbón, para después prender la máquina y dejarla lista para salir nuevamente, sin parar casi ante la llegada de una nueva.

 
Galpón de máquinas de General Alvear, todavía con locomotoras. Foto gentileza de Marcelo Arcas.

DON PEDRO PIGUINI Y SUS MANOS ENGRASADAS…

            Don Pedro Pighini recuerda el olor de las locomotoras, a gasoil y aceite, el piso pegajoso y sucio y las manos siempre llenas de grasa. Los empleados tenían mamelucos de trabajo en el closet y se cambiaban en cuanto llegaban porque no había ropa ni calzado que aguantara. Don Pedro entró a trabajar en el Depósito de Locomotoras como changarín en los meses de los trenes de fruta cuando se duplicaban los empleados y en 1964, como personal fijo hasta su cierre en 1971.
            La actividad en el “Depósito de Locomotoras” era casi febril con tres guardias diarias de ocho horas y con algunos cargos “de importancia”. Había un Encargado General por turno,  "areneros" (las locomotoras llevan arena para ayudar a la adherencia de las ruedas y que no patinen al arrancar); había  "especialistas" como "ajustadores", soldadores, fogoneros, aceitadores, etc. Cuando el Maquinista terminaba su turno dejaba en la oficina un Cuaderno con Observaciones sobre el andar o roturas de la máquina, si tenía luces quemadas, pérdida de vapor en algún cilindro o cualquier otra anormalidad que percibiera[5].

LOS ALMACENES DEL BARRIO

            El movimiento de tanta gente generaba en la cuadra vecina al Galpón, la proliferación de negocios y fondas como el Almacén Spitaletta, la pensión de “Juanita” Dorza, el bar de Merino, la despensa de Manolo Puebla y el Bar-Pensión de Teresa Porta, generando un constante movimiento de ferroviarios que llegaban desde Olavarría, Empalme de Lobos, Lamadrid, Espigas, Tandil y demás destinos.

NOMBRES DE FERROVIARIOS DE ENTONCES

            Con más de 60 años de gran actividad es imposible recordar el nombre de todos los que estuvieron en el Galpón alistando las Locomotoras, limpiando las ruedas con un trapo o estopa, o ajustando bulones, soldando, aceitando engranajes, armando piezas, cargando el carbón o el gasoil cuando fueron a diésel, o la leña durante la Segunda Guerra Mundial cuando había escasez de combustible[6].
            Pedro Dimaro, Charles England, el “pampa” Carriquiry, Héctor Figueroa, Castro, Adolfo Prado, Horacio de la O, Recalt, Edilio Serafini, Barbalarga, “Cordobita”, Tito y Ulpiano Pradera, José espino, don Pedro Caram, De Paula, el padre de Mario Irigoyen, López, Carlos Criado, Paszko, Carlos “Cacho” Cardozo, Aníbal Barbaglia, el capataz Raggiani[7] son sólo algunos de los hombres que trabajaron en el Galpón de Máquinas.

LOS TRENES DE PASAJEROS EN 1962

            Además de los trenes de carga, en 1962 pasaban cuatro trenes de pasajeros; uno a la una y seis minutos de la tarde hacia Pringles, Lamadrid o Tandil según el día; otro a las 23.10 para Olavarría  regresando a las 12.06 o a las 14.25 según la procedencia y a las 4.10 de la mañana, el de Olavarría.
            Por cierto, en forma permanente, estaban algunas locomotoras para los servicios locales como la que llevaba el tren "aguatero" hasta Tapalqué a buscar agua porque la de acá era muy salitrosa y no recomendable para la máquina a vapor; o la que iba hasta Saladillo todos los días y volvía con la leche desde los tambos de los vascos Oyanar de Del Carril como bien cuenta “Chacho” England[8],  que llenaba, vaciaba y limpiaba todos los días los grandes tarros que traían en el tren.
            Haciendo la cuenta, entre Carga y Pasajeros, ya está el promedio de 28 trenes POR DÍA, con un movimiento continuo durante las 24 horas, trenes que pasaban entre temblores y silbatos por delante de la Bandera del Mástil.
            Plaza de Armas, pero del Ferrocarril de General Alvear, Plaza de discursos de La Fraternidad, de discusiones y zozobras, testigo de trabajo y confidente de tardes de paros, temores de despidos y cierres de ramales.

Único representante del Galpón de Máquinas, recuerda a tantos ferroviarios que pasaron delante de él durante los años de mayor actividad del ferrocarril.

LA BANDERA DEL MÁSTIL DE LA ESTACIÓN

            Mástil de Bandera Argentina que no volvió a ondear como tantos pensamientos de progreso que lloran en las vías muertas.
            Bandera que debiera volver a brillar con honores, bronces y luces; Bandera Argentina que cuente al viento de esos más de TREINTA SILBATAZOS DIARIOS de atención y andanzas que ya no volverán pero que es obligación mantenerlos en la memoria.

Agradezco a “Chacho” England y su papá Charles England, a Alberto Alaniz, a Pedro Pighini y al “Gallego” González por compartir sus recuerdos.
1.       Fotos: Luis María Benítez y Marcelo Arcas. Galpón del Ferrocarril en 1972.
2.       Acto en el Mástil. (el tercer hombre de la izquierda, atrás con mameluco, es Carlos “Charles” England).





[1] “El mástil fue construido en el año 1961 más o menos, cuando yo todavía no estaba efectivo en el ferrocarril”. (Pighini Pedro, 88 años, CP). “El constructor fue un empleado del Ferrocarril, el Sr. Castoldi, padre de Liliana y ….Castoldi. Al hombre, maquinista, lo había llevado un auto por delante y no podía realizar las tareas habituales por lo que le encomendaron ese trabajo. Se construyó con fondos del mismo ferrocarril”. (Alaniz, Alberto. CP).
[2] Itinerario de Trenes Generales N° 25 del Ferrocarril General Roca. Vigente  desde 22 de enero de 1962.
[3] González, Rubén Horacio. Maquinista. Comunicación Personal. Octubre de 2017.
[4] England, Charles. Hijo de Charles England, inglés capacitador del Ferrocarril en sus inicios. Carlos “Charles” England trabajo 30 años en el Ferrocarril en el Depósito de Locomotoras.
[5] Pighini, Pedro. Comunicación Personal. 5 de junio de 2017. 89 años. Empleado del Ferrocarril desde 1964 a 1971.
[6] Pighini, Pedro. (CP). 2018.
[7] Llantada de Márquez, Isabel. Fortín Esperanza hoy General Alvear apuntes para su historia. Editorial Hobby C. e I. 1969.
[8] England, Miguel Ángel “Chacho”. Comunicación Personal 5 de junio de 2018. Hijo de Charles England. Nació en 1950. Trabajó algunos años en el Ferrocarril. Fue lechero, tapicero y cartero durante muchos años del Correo Argentino.

Inauguración del Palacio Municipal


    
 Fiesta Patria unos años después de la Inauguración, en la década del 40, aún sin asfalto. 
Foto: José Derqui Cullaciatti.

    Con calles de tierra, con casas de pueblo y nada de asfalto, se inaugura en 1930 el Palacio Municipal, orgullo de los alvearenses, y después de una lenta pero inexorable construcción, el pueblo estaba esperando la inauguración oficial.
    Para organizar el evento, el Intendente Municipal Pastor Umaran había designado una Comisión de Festejos integrada por el Dr. José Isleño, Félix Mathet, Pedro Migliori, Julio F. Perdriel, Benito Asúa, Pedro J. Nomdedeu, Pedro Vallier, Tomás E. Wallace y Leonardo Lezerovich.

LOS PREPARATIVOS DE LA INAUGURACIÓN EN LAS COLUMNAS DEL DIARIO “EL INDEPENDIENTE”

    En el Diario El Independiente, su Director Ángel Rosales, escribe durante los meses de febrero y marzo, los pormenores de los preparativos para la inauguración así como también la crónica de ese día memorable para Gral. Alvear, el 23 de febrero de 1930, el día de la Inauguración del Palacio Municipal.
    Don Ángel Rosales destacaba en sus columnas la gran participación del vecindario durante ese día  resaltando el hecho de que se trataba del acto inaugural de la Casa del Pueblo, el mismo Pueblo que había contribuido “cada quién con su grano de arena para elevar semejante obra y ese día, yendo en masa hasta el nuevo edificio”.

ALMUERZO CON ASADOS Y BANDA MUNICIPAL

    Según el riguroso Cronograma de Actos de la Comisión de Festejos, éstos comenzaron con reparto de carne a las 10 de la mañana para las “familias de la clase menos pudiente” y como estaba anunciado, a las 12 horas, se sirvió en la quinta de Pedro Orella, un almuerzo tradicional donde no faltó pan, vino, asado con cuero a la criolla y duraznos de postre con la presencia de unas 600 personas. En la crónica se destaca la presencia de las “damas de la sociedad” que contribuyeron a que el acto “fuera ameno y agradable”.

    Durante el almuerzo, hizo acto de la palabra el Dr. Bernardino Althabe y al finalizar su discurso, la Banda de Bomberos de La Plata y la Banda Municipal ejecutaron canciones acompañados por un grupo de parejas que iniciaron el Baile que duró hasta que las Autoridades se retiraron para continuar con la popular y siempre esperada Carrera de Sortijas.

CUANDO LA SORTIJA ERA DEMASIADO CHICA…

    Para la Carrera se anotaron 16 jinetes que, como estaba dispuesto, se presentaron vestidos con bombacha blanca, blusa azul, gorra blanca, botas y con los “caballos muy bien aperados formando un conjunto verdaderamente llamativo”. A las 17 horas ya estaban listos los corredores y se iniciaron las pasadas por el Arco sortijero sin que nadie pudiera sacar la sortija debido a que el anillo había resultado demasiado chico.
    Entre las risas generales, lo cambiaron por uno más grande y así empezaron a salir las primeras sortijas. El primer favorecido fue el Sr. Juan R. Aranda que tuvo tres premios durante la corrida continuando en el medallero el Rubio Jorge Walker, Luis Buduba y Calisto Mangudo quienes recibieron los aplausos del numeroso público que llenaba la Plaza Principal y la vereda. Cuando había un ganador de sortija, se hacían disparos de bombas y la Banda de Música tocaba algunas canciones de su repertorio entre caballos alborotados, el griterío de la gente y la Banda desinflándose entre trompetas y tambores.

EL PÚBLICO COLMÓ LA MUNICIPALIDAD Y DEBIERON SALIR A LA CALLE

    A las seis de la tarde debía realizarse la Ceremonia de Inauguración en el primer piso de la Municipalidad y para ello, se habían repartido rigurosas invitaciones, pero la enorme cantidad de público que se había acercado a la Plaza obligó a las Autoridades a salir de la Municipalidad y realizarla en las escalinatas.
    A un toque de atención, media hora más tarde de lo previsto por las corridas,  hicieron su aparición el diputado Bernardino Althabe, el Intendente Municipal don Pastor Umaran, el presidente de la Comisión de Fiestas Dr. José Isleño, el secretario Pedro Migliori, el presidente del Concejo Deliberante Tomás Wallace, demás autoridades y periodistas. Pastor Umaran dio inicio al Acto dejando inaugurado el nuevo edificio aclarando que fue “producto de un pensamiento del Concejo Deliberante hecho realidad” retirándose en medio de una “nutrida y prolongada salva de aplausos”.

CON EL APORTE DE TODO EL PUEBLO SE TERMINÓ LA CONSTRUCCIÓN

    Continuó la presentación el Dr. Isleño que elogió las gestiones del Diputado Bernardino Althabe para lograr el anhelado edificio y dándole pie a la locución del Dr. Althabe que explicó la forma en que se había financiado la operación elogiando al Sr. Samyn, representante del Banco Provincia, por las gestiones bancarias realizadas para conseguir “la suma de 100.000 pesos más o menos” que otorgó el Banco gracias a las garantías de algunos vecinos de la localidad entre los que “estaban comprendidos dos extranjeros que eran eficaces cooperadores para el engrandecimiento y progreso del pueblo”.
    Entre aplausos, se procedió a la entrada de las damas presentes que pasaron al salón en donde había una mesa muy larga adornada con flores entre masas, sandwichs y confituras.     
    Sólo después de las damas, pudieron entrar los hombres hasta que hubo que suspender la entrada debido a que ya no cabía una persona más en la intendencia a pesar de su amplitud, dando inicio a la velada con la degustación de masas y confituras acompañadas con buenos vinos y sidras animados por una banda de Música traída de Buenos Aires.

FUEGOS ARTIFICIALES A PESAR DE LA LLUVIA

    Siendo característica Municipal ya presente en esas épocas, llegaron los Fuegos Artificiales que debieron adelantarse por la amenaza de una tormenta y la lluvia mansa que empezó a caer siendo presenciados por la gente de la Plaza ya que desde adentro casi no se escuchaban los bombazos por los sones de la Banda y el murmullo de tanto público.
      Un poco más tarde de la una, las “damas ataviadas impecablemente” luciendo “vistosos y elegantísimos trajes de rigurosa moda con modelos e inmejorables telas le dio a la Intendencia un brillo “sumamente armonioso”. 
    El “sexo feo” no desmereció ya que fueron elegantemente vestidos con trajes y sombreros siendo más de ochenta parejas las que le dieron brillo al baile. A la una y media de la mañana, se sirvió el lunch con “exquisitas masas, sandwichs, bombones e inmejorables vinos además de la infaltable sidra” continuando el baile hasta las cuatro y media de la mañana, momento en que la orquesta debió retirarse para tomar el tren que partía para la Capital Federal.

BAILE PARA LA ELITE… FIESTA PARA EL PUEBLO


    Ecos del Baile de la Municipalidad se mantuvieron por días y semanas, la calle rumoreaba todo lo sucedido. La elite alvearense de los 30 había tenido su gran fiesta de Inauguración de la Municipalidad acompañada por parte del pueblo que desde afuera, participó en las Carreras de Sortijas, discursos y Fuegos Artificiales.
    Palacio Municipal, encuentro de alvearenses de todas las épocas, lugar de festejos de mundiales de fútbol, de estudiantinas, de Fiestas Patrias.

PALACIO MUNICIPAL… “CASA DEL PUEBLO” Y NO DE UNA MINORÍA

    Municipalidad con calle de tierra o de asfalto, con veredas de naranjos y vainillas, o baldosones blancos. Salón de encuentros y deliberaciones, de Fiestas, de presentaciones; Palacio Municipal, y como dice don Ángel Rosales, la “Casa del Pueblo”. Así lo dio a entender el Pueblo con su presencia al darse cita ese día frente a la Municipalidad y superar todas las expectativas de la Comisión de Festejos; era el momento de demostrar que el Palacio Municipal siempre fue y será la Casa de Todos.

Bibliografía: Diarios El Independiente de 1930.
Foto: José Derqui Cullaciatti. Fiesta Patria unos años después de la Inauguración, en la década del 40, aún sin asfalto.