“Una casa con dos galerías altas, una
adelante mirando a dos palmeras: una atrás mirando a otras dos palmeras. Hace
muchos años, cuando todos los árboles eran aún chiquitos, cuando en la familia
había damas con faldas largas y amplias, de peinados con rodetes y rulos,
señores de agresivos bigotes, la casa empezó a despertar: las sirvientas
corrían de acá para allá, y todas las puertas se abrían y cerraban a la vez,
los señores volvían del campo, las damas se disponía a tomar el té, llegaban los
niños, hablaban de la ciudad lejana… De buenas a primeras se fueron todos. De
tarde en tarde, se abrían tres o cuatro ventanas, se tendía una cama, se servía
una mesa; el zaguán veía pasar la recia y solitaria silueta del Amo Viejo…
después nada…”[1]
LA VIDA RADIANTE
Así
empieza “La vida radiante” de María José Del Carril de Erdman, fiel reflejo de
la historia de la casona de la Estancia San Justo de General Alvear, historias
de llegadas y de abandonos. Su primer dueño fue Salvador María Del Carril[2], heredada por uno de sus
hijos Pedro Ángel Del Carril[3], y luego por su hija Emma
que se casa con Federico Erdmann, el Amo Viejo de la historia de María José.
Dicen
que la Casona fue construida en 1869, y aunque no se puede precisar, viendo mapas y período de vida de su fundador
puede ser cierta la fecha que coincide con la creación del Partido de General Alvear[4].
La
historia de la casona, y debe ser por sus tantos años, se repite: constantes
idas y venidas que sentaban sombras en las sillas y rondaban el piano que se
oyó tocar hasta que las llamas devoraron San Justo allá por 1962…
Por años
estuvo abandonada y la casa, siempre esperando hasta que llegó el ferrocarril [5]y así, se abrieron otra vez
sus puertas y ventanas, se repusieron los vidrios, las tablas a los pisos
gastados y volvió a vivir… para después volverse a cerrar para recibir
nuevamente otras familias… Así fue la vida de la Casona, idas y vueltas
interminables donde “la casona rió y
lloró varias veces, se volvió a empolvar y pintar”[6]
pero al verla tal como está ahora, abandonada y gastada con los ocres del tiempo,
fácilmente se aprecia que no ha dejado de soñar.
Escaleras de acceso. 2019.
Esquinas de la casa. Foto Lis Solé.
PALACIO SEÑORIAL DE PORTE CIUDADANO
La
casa principal de San Justo sorprende por su porte ciudadano y su señorial
prestancia. Rodeada de monte, parques y construcciones, llena de sorpresa y
curiosidad y parece como casi todas las estancias, salida de un lugar lejano. Inicialmente
blanca, con puertas y ventanas verdes, después del gran incendio de 1962, el
rosa que el tiempo y el sol han decolorado es su color de identidad.
Su
gran porte europeo, enorme, con las características galerías del campo rematan
en balustradas blancas y escalinatas de mármol. Lujosa y confortable, la casa
es igual de frente y atrás, a lo largo y a lo ancho. En el centro, una galería
interna que comunica a las dos galerías exteriores para llegar al inmenso
comedor, con una estufa y amplias ventanas por donde la vista se escapa a jugar
en las arboledas. A la par, otro living, más íntimo y acogedor donde el Gran
Amo escribía sus libros. De la galería interior, dos puertas se dirigen a las más
de diez habitaciones gigantes donde la descendencia Del Carril, los angelitos
rosados y celestes, dejaron huellas de pies descalzos. Pisos de baldosas coloradas
que nos llevan a otros tiempos, otras realidades porque San Justo tiene la
magia que hace sentir que el tiempo no es tal, que no somos simples mortales,
que siempre hay algo más allá de lo cotidiano.
Por
fuera el parque, hermoso, soleado, con grandes boulevares donde se pierde la
vista y el alma quiere correr… Ahí cerca, a un costado, la lavandería: una
casita exactamente igual a la casa principal pero en miniatura, todo un detalle
de delicadeza y excentricidad que engalana el parque, cuidado durante mucho
tiempo por Segundo Ávila, vecino de General Alvear y uno de sus últimos
parqueros.
Por
caminitos se va a una serie de edificaciones que no por ser secundarias tienen
menor importancia y belleza, construcciones propias de las estancias dónde se
pueden imaginar a los peones cuidando los caballos criollos orgullo de la
estancia, a aquellos arreglando los
carruajes, haciendo leña, arriando los animales, con la efervescensia propia de
los campos.
Enfrente,
una casa más chica con parque privado donde supo vivir Guillermo Adolfo Erdmann
y su familia con un gran tanque australiano al lado, construido por el abuelo
Adolfo para sus hijos. Su esposa, María José Del Carril, se instala en la
estancia en 1937, ya con dos de sus siete hijos nacidos. Allí nacen los demás y
la vida familiar transcurre apaciblemente en el campo con viajes de polvos y
sueños al pueblo de General Alvear, con visitas de sus suegros paternos,
Federico Erdmann y Emma Del Carril, y a sus padres Raquel y Víctor Celestino
Del Carril.
Escaleras de entrada a la casona. Se repiten de un lado y otro, con escalones de mármol. 2019. Foto: Lis Solé. |
PARQUE GRANDE DE HERMOSOS CAMINOS
Siguiendo
los caminitos que se alejan de la Casona, se accede a los garajes por un lado y
por el otro a la herrería, la veterinaria, la matera y la cocina del personal.
En el medio, un gran ombú que persiste y que se ve impresionante aún desde las
fotos satelitales. Enfrente, otra vez parece escucharse el bullicio de la gente
en la casa de los peones recorriendo sus galerías sombreadas y la campana que anuncia la hora de la comida. Todo
tiene su explicación en la casona ya que la cercanía de los peones determina su
antigüedad porque en épocas de fundación, toda la población del casco de la
estancia debía estar cerca para que en caso de ataques con los indios, se
organizara rápidamente la defensa.
Saliendo
por una reja soñada, se va hacia el galpón de esquila, con doble piso que
ostenta el nombre “Establecimiento San Justo” con la marca de la estancia y que
alberga dos silos de material. Aún se puede sentir, casi sin esfuerzo, el olor
a la oveja, los gritos de los esquiladores en la manga o en la bañadera, el
tropel de ovejas asustadas.
ESTANCIA DE HANGAR Y AVIONES DE DON ADOLFO ERDMAN
Cerquita,
se ve un puesto donde vivió durante mucho tiempo la familia Gómez y, volviendo
por el angosto camino, se pasa por una
simpática rotonda que lleva de la herrería, el monte frutal, y ahí nomás, el
hangar.
Memoriosos alvearenses recuerdan el avión gris de Don Adolfo
sobrevolando el pueblo cuando volvía de sus viajes a La Pampa, a Buenos Aires,
o cuando venía de visitar a su madre Emma Del Carril que vivía en °La Porteña°,
en Lobos. Como las pistas de aterrizaje se llenaban de vacas, los peones corrían
a sacarlas cuando se escuchaba el motor del avión aunque más de una vez el
choque contra una vaca caprichosa abolló un ala o desgarró una tela[7].
La
Casona ha visto muchas historias, muchas vidas, muchos ángeles, muchos amores y
también espantos… Conoció de pasiones de los hombres, olvidos y miserias, pero
sigue en pie, aguantando el curso de la vida… El viento canta para nadie en las
galerías; la lluvia llora, la primavera sigue corriendo al invierno… La Casa
Grande está en el parque con sus enormes cuartos vacíos, bostezando al sol,
mostrando casi tímidamente, sus lágrimas de dolor[8].
[1] Del
Carril de Erdmann, María José. “La vida radiante”. Grupo Editor
Latinoamericano. Colección Temas. 1993.
[2] Salvador María Del Carril, 1783-1883.
Fue el 1° Vicepresidente de la Confederación Argentina compartiendo fórmula con
el Presidente Juan José de Urquiza Presidente, desde 1854 a 1860, época donde
se crea el pueblo de General Alvear (1855). Fue Gobernador de San Juan en dos
oportunidades y Ministro de la Corte Suprema de Justicia de la Nación nominado
por Bartolomé Mitre.
[3] Pedro Ángel Del Carril (1832-1902),
[4]
General Alvear nace sobre las bases del Fortín Esperanza (1853), donde se crea
el Pueblo Esperanza en 1855. El 22 de Julio de 1869 se crea el Partido de
General Alvear con tierras pertenecientes a Saladillo, Tapalqué y Las Flores.
[5] El
ferrocarril llega a General Alvear en 1897.
[6] Del
Carril de Erdmann, María José. “La vida radiante”. Grupo Editor
Latinoamericano. Colección Temas. 1993.
[7] Del
Carril de Erdmann, María José. “La vida radiante”. Grupo Editor
Latinoamericano. Colección Temas. 1993.
[8] Testimonios de
Guillermo Adolfo, Víctor Federico “Torico” y Julieta Erdmann. Comunicación
Personal. 2017.