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miércoles, 20 de mayo de 2020

Siguiendo las huellas de las carretas

Terminada la esquila, largas tropas de chatas llevaban la lana hasta Buenos Aires .

           Hoy como ayer, una vez llegada la primavera y más o menos desde el mes de septiembre hasta diciembre, es tiempo de la ESQUILA.
            Ya lo contaban los esquiladores como los MOUSSOMPÉS y los BERTOLDI que formaban cuadrillas de esquiladores en los años 40 o 50 y se iban por meses al campo.
            Si bien en esa época ya había ovejas, antes del 1900 la faena de la esquila ocupaba a muchos trabajadores durante más de tres meses en comparsas de 10,15, 20, 30 y hasta 50 hombres que en épocas donde la vida era muy barata, ganaban en 90 días el salario para vivir el año entero.
            Claro que eso podía ser si el paisano sabía guardar bien “las latas” de esquila y no se las jugaba a la taba en algún boliche de las inmediaciones o en la misma matera de la estancia.

CUADRILLAS PARA ESQUILAR 300.000 OVEJAS

            Quizás no hay registros de ganadería del General Alvear de aquellas épocas pero sí los hay de “25 de Mayo” donde se refiere que en “HUETEL” había 70.000 ovejas; 60.000 en “Santa Clara”; 50.000 en “El Socorro”; 20.000 en “La Cruz de Guerra”; 20.000 en “Santa Rosa de Inda” y más o menos las mismas cantidades en “Santa Úrsula” de Inchausti o en el “2 de Mayo” de Isaguirre y otras tantas en “La Merced” de Achaval; en la estancia “Pedernales” de Keen y en “Bella Vista” de Arning Braus a más las chacras que igual las contaban por cientos.
            Al igual que en el pueblo vecino de 25 de Mayo, General Alvear ha tenido también infinidad de ovejas en sus campos y la afirmación se contempla al ver los impresionantes galpones de esquila que aún se pueden ver en pie en las estancias.
Carreta tirada por bueyes cruzando un arroyo.

EL ACARREO DE LAS LANAS

            Terminada la esquila, la lana se guardaba en grandes lienzos aunque no por mucho tiempo y más si el lugar no era el adecuado, por eso ante el temor de perder la producción, se iniciaban viajes interminables de tropas de bueyes entre las que se recuerdan las tropas de Cárdenas, de Guayran, de Herrera, de Brillabrille o las tropas del vasco Zalduvi de Saladillo, famosas por su boyada compuesta de diez carretas con su tiro de cinco yuntas de bueyes cada una.
            La ansiedad por desprenderse de la lana por temor al ardido, provocó un incidente en el año 1885 ante el Juez Olimpo Linares de General Alvear. En esa ocasión el Sr. Víctor Igartúa en representación de don Ángel Sojo, dueño del establecimiento "Santa Rita", establece una demanda contra Matías Márquez. En el expediente se señala que ambos vivían en el Cuartel 5° del Distrito, justo donde actualmente se encuentra la estancia “Santa Rita” e Igartúa denuncia a Márquez por no haberle entregado en término la lana comprada por 74 $m/c. En su defensa, Márquez aduce que don Ángel Sojo había prometido “señar la entrega” y ante la falta de pago y ausencia, vendió la lana a otra persona ya que la lana “se estaba deteriorando y se vio obligado a venderla convencido de que Sojo no iría a recibirla”.

CARRETAS DE 8 METROS DE LARGO EN COLUMNAS DE CUATRO CUADRAS

            Aunque parezca inconcebible en este tiempo, las caravanas de carretas eran casi comunes cruzando la pampa lisa sin árboles. Una carreta cargada desde la punta delantera del pértigo a la parte final del buche trasero tenía 7 u 8 metros de largo más las cuatro yuntas de bueyes de adelante a tres metros más o menos cada una son 12 metros, porque lo que una carreta en marcha ocupaba unos 25 metros lineales.
            Ahora bien, no viajaba una sola carreta de 25 metros sino que generalmente y como era el caso de la caravana del vasco Zalduvi, eran diez carretas una detrás de otra y con el espacio por medio necesario, ocupaba tres o cuatro cuadras de marcha penosa y lenta durante varios días para llegar a destino en interminable idas y venidas hasta que se limpiaban de lanas todos los galpones de la zona.

LOS CARROS DE DOS RUEDAS DE CAMPOMENUZA

            He oído pronunciar más de una vez el apellido “Campomenuza” que en realidad son los Campomenosi, familia muy conocida en los pagos de Alvear. Ellos tuvieron los primeros carros grandes de dos ruedas que aparecieron en los Partidos de Saladillo y Alvear (Garayzabal, 43) además de los carros de Zamora, Biancho y Justo Lalanne con sus burros históricos.
            Más tarde llegaron las grandes chatas de cuatro ruedas como la de “Chiche” Dellatore. Con soberbias caballadas que cargaban hasta 150 bolsas de cereal, las chatas destructoras de caminos, desalojaron a las carretas como pasó después con los camiones.




Carro de cuatro ruedas como los de Campomenuza.

CARAVANAS INOLVIDABLES QUE PASARON AL OLVIDO

            Así el progreso continuó y la postal de largas caravanas de chatas fue reemplazada por los camiones y para verlas hoy, hay que buscarlas en sociedades tradicionalistas, coleccionistas o Museos donde uno comprueba que parado apenas si pasa los ejes de sus ruedas.
            Los acopiadores de lanas eran los que contrataban y fletaban esos acarreos estando presentes ya por 1880 la casa de Silva y Azcona de Saladillo, empresas agro ganaderas conocidas en toda la región y en Alvear, los grandes almacenes de Ramos Generales que marcaban postas en los caminos como las tropas de los Jurado, de los Olaso y de todos aquellos audaces que cruzaron el río Salado a partir de 1850 o las progresistas barracas como “la de Tortorici” que se construyeron a la vera de las vías.
            Ya para fines del siglo XIX, y para tener un punto de comparación con lo que sucedía en la vecina ciudad de “25 de Mayo”, casi toda la lana por los años 1898, 1899 y 1900 se fletaba hasta la estación de 25 de Mayo, llevando la lana de todo el oeste desde Bolívar hacia “25” cargando cada empresa más de un millón quinientos mil kilos de lana como está documentado que acopió la de los hermanos Garbarini que cubrían la zona centro y este la estación de General Alvear inaugurada en 1897.

Grupo de chatas esperando turno para descargar.

A PURO LÁTIGO DE MAYORAL

            Semejantes carretas no podían ir muy rápido y el promedio de marcha con carga podía alcanzar a tres o cuatro leguas por día, o sea de 15 a 20 km diarios, de acuerdo a lo “liviano” o “pesado” que estuviera el camino tardando de Alvear a Saladillo dos o tres días.
            El mayoral, sentado en el altísimo pescante, tenía la responsabilidad y la tremenda tarea de conducir coordinadamente a las bestias de tiro y recurrir al sistema de frenos del gran carruaje para regular “la velocidad de marcha en caminos en bajada o cuando el carruaje, vacío o con poca carga, era superado por la capacidad de fuerza de los caballos atados en ese momento” (Lambert, 75).
            Hombre de temple, de fuertes brazos y de experiencia, el mayoral también era el que decidía el camino a seguir, así que más de una vez se adelantaba a caballo para inspeccionar el terreno y evaluar el paso.
            Hoy como ayer, se siguen criando ovejas, esquilando y guardando lana, acopiando y revendiendo aunque no en la misma magnitud. Quizás falta la alegría y confianza de la gente de antes, la seguridad de que con el trabajo se va a adelantar y la templanza suficiente para no flaquear ante la adversidad.
            Dicen que “la duda de hoy mata más que la humedad” y puede que las incertidumbres propias de estos tiempos hagan bajar los brazos. Por eso, es importante recordar esas interminables hileras de carretas, carros o chatas que demuestran que lo imposible es posible ya que nada puede más que la voluntad y la decisión de seguir adelante a pesar del camino en solitario o terriblemente pesado y pantanoso.



Fuentes consultadas:       
-      Garayzabal, Eusebio. Recuerdos viejos del tiempo antiguo. 1935 (43)
-      Lambert, Raúl O. – “Andate hasta el almacén, recuerdos prestados” – Navarro (2004)
-      Guía del Museo de transportes. Dirección Gral. de Museos Históricos de la Provincia de Buenos Aires. Museo de Luján. 1950.
-      Expediente N° 1. Año 1885. Sojo Ángel contra Matías Márquez sobre cumplimiento de un contrato.