En
épocas de trabajo manual, las herrerías y aserraderos eran muy importantes en
el campo. Había herrerías en casi todas las estancias para arreglar todo tipo
de herramientas. También las había en el pueblo. Tal es el caso de la Herrería
Aserradero de los Neuville. El Taller, situado en la esquina de Alem y Lavalle,
hoy la frutería de los hermanos Pardo, estuvo primero a nombre de Remigia
Caminos de Neuville quedando a cargo de ella a partir de 1925 cuando fallece su
marido. Fue construida por Juan Neuville, francés que llegó antes del 1900 a
Buenos Aires a trabajar en una fábrica de carros para pasar después a Saladillo
y quedándose definitivamente en Alvear junto a su familia.
Tuvo
ocho hijos: Camilo, Carlos, Alcira (casada con Marino), Tita (casada con
Severino), Victoria N. de Sabbattini, “Chola” N. de Illescas, Juana, casada con
Molino y Enrique Neuville, todos vecinos de General Alvear con gran
descendencia.
TALLER
DE AVANZADA PARA LA ÉPOCA
El
Taller tenía lo más avanzado en tecnología para la época: sierra sin fin, motor
a explosión, máquinas, y por supuesto la bigornia, la fragua, la agujereadora,
sierra y herramientas. Era un galpón grande, con ventanales y puertas para
aprovechar al máximo la luz del día, en épocas que no había electricidad. Al
fondo, detrás de la gran chimenea de la fragua había un parahumo para evitar
que el recinto se llenara de humo que no permitiera trabajar. Llegó a tener más
de veinte empleados de distintas especialidades: pintura, enllantada,
aserradero, herrero, etc.
Además
del portón del frente y otro que daba sobre la calle Alem, había uno grande que
daba al patio, terreno baldío donde estaba el enllantadero. Ahí, en un monte de
frutales, esperaban turnos las chatas con sus dueños que venía a enllantar las
ruedas. Acampaban debajo de los carros poniendo unas lonas que colgaban abajo,
o dormían arriba, entre la carga. Otros dejaban el carro y se iban, pero las
colas solían llegar hasta la calle 25 de Mayo a veces en larga hilera de casi
tres cuadras. En la herrería se
arreglaban las llantas, se picaban rejas, se hacían las camas, arreglaban
herramientas de todo tipo… Carretillas, carros, breques, palas… lo que viniera.
Cuando
todavía no había soldadora eléctrica se usaba la caldia para soldar con la
fragua. La caldia era como una planchuela que adentro tenía una trama metálica
que se llevaban a punto de fundición y luego se moldeaban a martillazos. Los
empleados siempre usaban delantales de cuero para evitar las quemaduras de la
fragua o el calor del enllantadero.
LOS
HERMANOS NEUVILLE EN EL ENLLANTADERO
En
la foto se ven a los hermanos Neuville en 1935 en el enllantadero. Atrás, un
carro que parece una jardinera grande. El primero de la izquierda es Camilo
“Chingo” Neuville, al lado Enrique Neuville, el de camisa blanca un empleado y
el que está sosteniendo la madera sobre la maza es Juan “Macho” Ignacio
Neuville. En el suelo, una maza sin la bocina, que es la que va afuera, como la
que se ve en la rueda del carro. En primer plano, la leña preparada para
enllantar. Debían ser todas del mismo largo y se apoyaban de adentro y de
afuera de la llanta. Abajo se colocaban unos ladrillos para que entrar el aire
y avivara el fuego. No era muy lento porque el calor era tal que rápidamente se
calentaba el fierro. El resplandor quemaba hasta las plantas y la tierra era
polvo calcinado. Trabajo rudo, de muchas horas y peligroso… Hay tanto para
hablar del obrar de los herreros…
Las
ruedas enllantadas de los Neuville duraban hasta quince años. Era un desafío
para ellos que los arreglos no vinieran más y que duraran mucho tiempo. No eran
comerciantes, no hacían un buen trabajo para cobrar más o un mal trabajo para
que volvieran pronto… Ir al Taller de los Neuville suponía la seguridad, la
excelencia y la garantía de confianza. Era el orgullo de hacer las cosas bien,
cualidad inapreciable y casi inentendible en el mundo de hoy: la satisfacción
del trabajo bien hecho.
Agradecimientos:
Agradezco a la gente de Alvear por compartir sus fotos y recuerdos con tanta nostalgia y sencillez y principalmente a Carlos Neuville.