Los médicos rurales han sido
desde siempre, una figura representativa del folklore, personaje que aparece en
anécdotas, cuentos y en la memoria colectiva de los pequeños pueblos por su
labor y amor al prójimo.
Hay
personajes entrañables en la historia de los pueblos y uno de ellos es sin
dudas, los médicos rurales, doctores que dejaron huellas profundas que
trascendieron su profesión, transformando pacientes y enfermos en amistades y
cariños sinceros de generaciones que aún lo recuerdan, profesionales que eran
parte de la familia, personas sencillas que ofrecían su saber a la gente simple
y sufrida de los pueblos, llegando a ser con todo personaje folklórico del
ambiente rural.
En
General Alvear, el Doctor Molina era eso y mucho más. Doctor campechano y muy
servicial, está presente en la memoria de los abuelos ya que tal como lo describe
el Dr. Favaloro, era no sólo el profesional sino también el psicólogo, el confesor
y el servicio de urgencias.
Alberto
Gabriel Molina había nacido en Buenos Aires el 21 de enero de 1910, y terminada
la carrera de Medicina y ya casado con Delia Antonia Cicaré, llega a Alvear en
tren en 1941, para “probar” como era el pueblo con sólo su maletín de médico y
se aloja en la pensión “de altos” que estaba en la esquina de Perón y Bernardo
de Irigoyen. Al poco tiempo, decide radicarse en el pueblo y entonces, se muda
con su mujer en una casa que alquilaba a la familia Fernández ubicada en la
calle Hipólito Yrigoyen, lugar donde habitan y crecen sus hijas hasta que
construyen su casa definitiva y actual sobre la misma calle.
Su
vocación de servicio iba mucho más allá de lo estrictamente médico. En épocas
donde el doctor hacía principalmente domicilios y sin cobrar, el Dr. anotaba en
un cuaderno a todos sus pacientes a los que visitaba a la mañana antes de
almorzar y nuevamente a la noche antes de la cena, tachando prolijamente cada
visita hecha. Primero hacía las visitas caminando a grandes zancadas y Vicente
Ortiz, considerando que era imprescindible que tuviera un auto para no caminar
tanto insiste en prestarle el dinero sin intereses para adquirir un auto negro
Chevrolet y después un auto Fraser amarillento y reluciente donde cargaba a sus
hijas para hacer los domicilios mientras charlaban un ratito, en medio de
corridas y pacientes.
LEVANTANDO
POLVAREDAS PARA LLEGAR A TIEMPO.
Su
compromiso era tal, que cuando le avisaban de algún enfermo, se calzaba
sobretodo y zapatos encima del piyama, y salía corriendo a socorrer al enfermo
llegando incluso antes que los familiares en su auto particular, levantando
polvaredas en las calles de tierra rurales. Doy fe de su proceder ya que mi
papá repite constantemente cuando, en medio de una crisis asmática de su esposa
Doris y ya sin saber qué hacer, sale hasta el pueblo desde la Escuela N° 8 a la
madrugada. Al golpear la puerta, atiende el Dr. a medio vestir que sale en su
auto a toda velocidad llegando incluso antes que papá, recorriendo 11
kilómetros de tierra y aún más, acompañando a mamá durante toda la noche.
María
Elena Romero de Orchiani contaba constantemente de la ocasión en la que muchos
de sus hijos estaban enfermos por lo que el Dr. llegaba con su maletín y sus
medicinas para todos. Un día, también María Elena enfermó así que Molina era el
que iba hasta la farmacia de don Jorge Vignolles con sus recetas magistrales
para conseguir los remedios de toda la familia.
Difícil
de escribir en poco espacio, la cantidad de anécdotas que se suceden en la
memoria de las familias alvearenses acerca de este médico porque su
personalidad y calidad humana, su amor a los demás y su intensa participación
en distintas actividades comunitarios involucraron a toda la comunidad.
DIRECTOR
DEL HOSPITAL MUNICIPAL.
Fue
Director del Hospital Municipal y uno de sus más destacados doctores siendo la
salud infantil su preocupación constante, así que consigue la radicación de uno
de los 29 centros de Higiene Materno Infantil de la Provincia, Centro que se
inaugura el 1° de abril de 1949 siendo él mismo el médico Jefe, y contando con
un grupo profesional de 10 personas entre las que había visitadoras de Higiene,
obstetras, nurses y enfermeras. El Centro primero funcionaba donde actualmente
son los consultorios de Bernardino “Poyito” Althabe, para después ser
trasladado al mismo Hospital con la incorporación de más personal siendo su
director, Bernardino Modesto Althabe hasta 1970 aproximadamente.
FUNDADOR
Y PRIMER DIRECTOR DE LA ESCUELA SECUNDARIA.
Su
incursión en la política le produjo más sinsabores que satisfacciones; fue electo
en 1954, como primer Intendente Municipal peronista pero, al dejar el cargo por
un golpe militar es criticado por quienes caen en la falta de respeto al otro
por sus ideas y con el sólo objetivo de desprestigiar al “contrario” a
cualquier costo. Estos malos tragos, fueron mitigados por el aprecio de sus
vecinos y pacientes de toda la vida y por supuesto, por los socios y amigos del
Club blanco y negro alvearense del que fue colaborador y presidente: el Club de
sus amores, el Club Unión Empleados de Comercio. Así dadas las cosas, el Dr.
era todo porque hasta se daba maña para registrar situaciones con una Cámara
Super 8 para después pasar las películas en el salón del Club en el microcine
“Novador”.
UN
DOCTOR GAUCHO Y MUY LABURADOR.
A
los médicos les toca enfrentar situaciones irreversibles donde se han agotado todos
los recursos posibles, pero ante esos casos, Molina seguía al lado del enfermo
sin perder la fe y agotando todos los esfuerzos casi como esperando que se
produzca un milagro que salvara al amigo.
En
los pueblos, y más en los años que trabajó Molina, el trato con los pacientes
fue bien diferente a los tiempos actuales; eran tiempos donde el dinero
escaseaba para todos, donde no se cobraban las visitas y se pagaba al doctor
con lo que se tenía en la casa. El médico salía muchas veces con huevos,
verduras o gallinas que no era más que lo que poseía la gente y más de lo que
él realmente tenía, tal como lo refiere Mima Capra cuando en una oportunidad,
el Dr. Molina salió de la casa de su abuela Sotelo con un peludo gordo,
reluciente y muy bien pelado con el que la familia retribuía de alguna manera semejante
atención.
Eran
tiempos de relaciones profundas entre el médico y el paciente basadas en la
amistad y en la comprensión mutua donde el paciente no sólo veía al Dr. en el
consultorio o en la visita domiciliaria, sino en cualquier momento cruzando
cualquier calle y donde se privilegiaba el saludo, situación que se repetía con
el Dr. Molina, un hombre afable y cariñoso con todos, al que le gustaba
conversar con vecinos y enfermos a veces con temas totalmente ajenos a la enfermedad
o a la medicina. El Club de Ciclismo en reconocimiento a su trayectoria y
hacer, nombran a la Pista “Dr. Alberto Molina” en justo proceder y homenaje,
seguro al que él hubiera agradecido con su humildad característica.
SALVANDO
VIDAS EN PRÁCTICAS DIGNAS.
El
Dr. llevaba en el alma su profesión y entendía tal como lo afirma René
Favaloro, que toda actividad médica debía estar rodeada de dignidad, caridad,
igualdad, piedad cristiana, sacrificio, abnegación y renunciación, cualidades
que se reflejan en cada anécdota y recuerdo de su accionar. El Dr. llegó a
Alvear en 1941, con solo su maletín pero con innovadores conocimientos que
ayudaron a salvar vidas de familias enteras como el caso de la familia de Mima
Capra, en épocas donde recién se empezaba a utilizar la penicilina para
infecciones severas como la menengitis, usando sus saberes y relaciones en
Buenos Aires para los casos extremos.
Dr.
Alberto Molina. Un gran laburador. Sencillo y sobre todas las cosas, un médico
de vocación con gran amor a sus vecinos alvearenses; sus consejos eran
escuchados y su nombre siempre recordado porque demostró ser leal poniendo en
práctica aquello de que la salud es un derecho inalienable que no tolera
privilegios.
Gracias
a la familia Molina por las fotografías y a las personas nombradas que compartieron
sus recuerdos.